Diferentes estudios y encuestas realizadas dicen que casi todas las mujeres hemos fingido un orgasmo en algún momento de nuestra vida sexual -nos es relativamente sencillo disimular-.

La mayor parte de las veces lo hacemos pensando en nuestra pareja, más que en nosotras mismas. Lo hacemos por no “hacerlos sentir mal”, “porque la relación no es satisfactoria y cuanto antes se acabe, mucho mejor”, “para que no se enfade”.

El problema es que nada cambiará en nuestras relaciones eróticas si no somos capaces de decir o de transmitir qué es lo que nos gusta y lo que no, qué nos hace gozar y qué nos inhibe. Además, si nos conformamos con esta situación es muy probable que nuestras relaciones se vean afectadas, más tarde o más temprano, ya que nuestro deseo se verá menoscabado y con ello nuestra frecuencia de relaciones, contribuyendo todo ello a que nuestra relación de pareja pueda desgastarse por este tema.

Es lo mismo que sucederá si nos empeñamos en tener orgasmos simultáneos a los de nuestra pareja. Hemos de saber que hombres y mujeres tenemos ritmos de excitación diferentes -de hecho, toda nuestra respuesta sexual es diferente- y ello hace difícil que nuestros orgasmos coincidan. Si surge, ¡fantástico!, pero no te esfuerces demasiado en conseguirlo, porque lo único que conseguiréis será una frustración ante vuestro desempeño sexual.

Otras de las preguntas que nos hacemos cuando se trata el tema del orgasmo y que siguen creando dudas es si todos los orgasmos son iguales, o si todos sentimos lo mismo cuando experimentamos un orgasmo.

En demasiadas ocasiones, el orgasmo es vivido como la meta que debemos conseguir para tener una sexualidad gratificante; ya no sólo por nosotros mismos sino también por nuestras parejas, ya que se vive como un indicativo de que la relación sexual ha sido “completa”. Nada más lejos de la realidad. Naturalmente, siempre es mejor disfrutarlos que no, pero no se puede valorar la calidad de una relación sexual basándonos exclusivamente en la cantidad de orgasmos que ésta nos pueda proporcionar, o en la dificultad de las piruetas que seamos capaces de hacer para conseguirlos. De hecho, nuestra satisfacción sexual se mide por la satisfacción emocional que éstas nos procuren.

No hay un orgasmo igual.

El orgasmo no sólo varía de una persona a otra, sino que su valoración e incluso su intensidad depende de cada mujer y de sus circunstancias: cómo nos encontremos ese día (física y emocionalmente), de la situación sexual que nos haya llevado a tener sexo, de si estamos en pareja o a solas, de nuestras hormonas y sus cambios a lo largo del ciclo menstrual, de si nos gusta nuestro cuerpo o no, y un largo etcétera más. Por ello, no podemos tener un parámetro claro cuando hablamos de nuestra capacidad orgásmica.

Cada relación nos puede procurar un orgasmo o no, y éste será de un tipo o de otro dependiendo de muchas más cosas que una estimulación adecuada.

Comparte el amor

Deja una respuesta