La masturbación: sexo seguro

La discusión continúa y nadie sabe definitivamente si es buena o es mala. Pero muchos siguen divirtiéndose con ella.

Si para muchos el tema de la masturbación parece resuelto, a poco andar se ve que no hay grandes avances. Todavía el masturbador es objeto de mofa o castigo. Padres y madres, si sorprenden a sus hijos en la práctica, reaccionan muy mal. Más de lo que pensamos, el masturbador de esta década continúa pensando que lo que hace es una degeneración o, a lo menos, algo que debe evitarse. Y mientras algunos sexólogos audaces señalan bondades, incluso terapéuticas, para el autoerotismo, la mayoría de los textos se quedan en una posición dudosa: entre la tolerancia limitada o el reproche solapado.

La masturbación es un hecho normal del erotismo humano

Algunos médicos, cada vez menos por suerte, siguen desorientando a las personas con actitudes negativas. Poco a poco los médicos se atreven a decirle a un masturbador que su conducta es normal, aunque por desgracia no son muchos los que alientan la masturbación.

La cuestión es importante porque se relaciona con la libertad de la gente frente al sexo y frente a la necesidad del placer erótico. Se resume en una pregunta: ¿es bueno o malo masturbarse?

Una respuesta definitiva y sin vueltas en torno al problema dejaría el camino abierto para que hombres y mujeres vivan el sexo sin culpa en lo que se refiere a sus expresiones solitarias.

Hagamos algo de historia

Desde los años veinte, a partir de las formulaciones sobre la sexualidad infantil, comenzaron a manifestarse opiniones liberales sobre la masturbación. Ya en la década de los 40, los asustados pueden contar con el respaldo de algunos médicos, psicólogos y maestros. Sin embargo, quedaban bastantes personas mirando la masturbación como “mal moral” y, a menudo, como pecado, si no contra natura, en alguna medida contra su practicante.

La masturbación es un hecho normal del erotismo humano Los que la aceptaban, ponían ciertos frenos: Así, hablan de “exceso” (no hay que masturbarse excesivamente), “edad límite” (masturbarse es cosa de niños y adolescentes; los adultos no deben masturbarse), “efectos a veces perniciosos” (la masturbación, si es excesiva, puede enfermar), “síntoma de enfermedad mental” (la masturbación puede ser el síntoma de un trastorno psíquico). Es decir que, si bien hay tolerancia, ella no es completa. Muchas veces, también, la tolerancia esconde un rechazo a la masturbación.

Hasta comienzos del siglo XX, y desde el año de 1700, había una posición muy sólida: la masturbación era considerada dañina al cuerpo, a la mente y a los principios morales.

Tissot, un clérigo, escribió un libro en 1758: “El Onanismo, disertación sobre las enfermedades producidas por la masturbación”. Su contenido antimasturbatorio y absurdo, llevó a la creación de un gran aparato represivo para combatir la práctica. La gente bien, los burgueses que imponían sus ideas en la sociedad, eran personas que no querían la masturbación en sus territorios. Tontería enorme puesto que, a escondidas, los sujetos se masturbaban sin poder evitarlo. El deleite de lo prohibido acababa por ganar la partida, como hasta ahora.

En la década de los 50, la humanidad conoció el informe del doctor Kinsey y sus colaboradores, una encuesta sobre la conducta sexual en los Estados Unidos. Los resultados eran escandalosos: el 95% de la población confesó haber violado alguna vez los tabúes y leyes sexuales; un 99%, de los varones reconoció haberse masturbado; y, un porcentaje ligeramente más bajo, afirmó que continuaba haciéndolo. Entonces, los Estados Unidos era un país de delincuentes sexuales y masturbadores. Por otra parte, sin necesidad de encuestas, podía suponerse que algo parecido sucedía en otros países sometidos a leyes antisexuales.

Es muy útil que nuestros lectores conozcan el detalle de la evolución de las actitudes contra el placer solitario. Con ese antecedente, verán con claridad los contornos de un gran fraude.

a) Indiferencia o complacencia tolerante: En la comunidad primitiva a nadie perturbaba la masturbación; los padres llegaban a estimular a sus hijos para practicarla o la utilizaban para calmar al niño inquieto. Entre los alorenses, “la madre masturba al niño para mantenerlo quieto y sus hermanos hacen otro tanto cuando son sus guardianes” (Kardiner).

En Grecia, Diógenes, llamado el Cínico, se masturbaba en sitios públicos y sus discípulos, los cínicos, la recomendaban para eludir contactos con mujer. Entre los romanos, no había especial preocupación sobre el tema. Algunas referencias en Marcial demuestran, en todo caso, divertida indiferencia.

Con el advenimiento de la moral judeo-cristiana en Occidente, y pese a su rigidez, los términos del problema no variaron. La Biblia no contiene menciones prohibitivas sobre la práctica y, ya avanzado el feudalismo, los Penitenciales la sancionaron como pecado puramente venial en que el castigo se reducía a cantos de salmos y a un día de ayuno.

b) Represión y sadismo: Se inició el año de 1700 con Bekker, un oscuro sacerdote alemán o holandés, autor de un texto que se titula extremadamente: “Onania o el horrendo pecado de la Autopolución y de todas sus terribles consecuencias en ambos sexos, con consejos espirituales y físicos para quienes ya se han dañado por esta abominable práctica, a lo que se agrega una carta de una dama al autor sobre el uso y abuso del lecho conyugal y la respuesta del autor”. Este libro, por las tonterías que decía, fue prohibido. De hecho, Onán, el personaje bíblico, nunca se masturbó. Lo que hacía era practicar el coito interrumpido para no tener descendencia.

Sin embargo, las catastróficas admoniciones de Bekker tuvieron éxito y prendieron como yesca medio siglo más tarde en la obra ya citada de M. Tissot, que proponía la fórmula mágica: masturbación igual enfermedad, igual pecado.

De ahí para adelante, la masturbación se estableció como algo malo, sin que existiera ningún fundamento científico o lógico para ello. Inclusive las personas inteligentes caían en la trampa: “Actualmente, decía Voltaire, se llama pecado de Onán el abuso que hace el hombre de sí mismo, forzando la naturaleza con su propia mano, vicio bastante común en los mancebos y en los jóvenes de temperamento demasiado ardiente. Se ha notado que sólo esa especie de hombres y la especie de los monos, son los únicos animales que incurren en ese defecto que contraría el propósito de la naturaleza.”

Rousseau se lamentaba:

“Conocí esa peligrosa sustitución que burla a la naturaleza y evita innumerables desórdenes a los jóvenes de mi temperamento, a expensas de su salud, de su robustez, y a veces de su vida”.

La masturbación es un hecho normal del erotismo humano Pero ni Bekker ni Tissot ni nadie sugirieron entonces remedios para “la enfermedad” que no fueran las distracciones, los baños de agua fría o la dieta.

A partir de 1850, la antimasturbación se volvió directamente sádica en un proceso en el que participaron sacerdotes, padres de familia, educadores y cirujanos. Considerada pecado mortal, fuente de innumerables males físicos (ceguera, parálisis, demencia) debía combatirse a ritmo de cruzada. A las amenazas de “irse derechito al infierno” que esgrimieron los sacerdotes, se sumaron los castigos de progenitores y mentores al infractor que fue sometido a experimentos médicos asombrosos: clitoridectomía, esto es, extirpación del clítoris a las muchachas demasiado ardientes; cauterización de la columna y de los genitales, con piezas metálicas al rojo vivo para varones y mujeres; infibulación del prepucio y de los labios mayores, con la inserción de un anillo de alambre de plata en esas regiones para apaciguar los deseos; y, además, la circuncisión.

Ya en pleno siglo XX proliferaban los inventores de artefactos terroríficos: cinturones y arneses antimasturbatorios, anillos con púas, guantes especiales, esposas que se fijaban en argollas pendientes de la cabecera de la cama, alarmas que delataban erecciones o tocamientos, etc.

Estos artefactos se vendían en las tiendas con absoluta libertad. Famoso es el catálogo de la Casa Mathieu de París, que los ofrecía en una extensa gama, a precios muy convenientes.

c) Aceptación con reservas: Con los descubrimientos de la psicología profunda, desde Freud en adelante, se empiezan a ver más razonablemente las cosas. Al principio, el tema se toca a regañadientes y un importante sector de la medicina sigue creyendo que la masturbación es una de tantas desviaciones de la conducta sexual si se sigue practicando en la edad adulta.

En los años 40 hay un avance. Ellis recuerda que “algunos de los más recientes Manuales de Boy Scouts (1945) se han pronunciado en contra de la masturbación, si bien más sutilmente que en ediciones anteriores.” Decían, por ejemplo: “Es un mal hábito. Debe combatirse… Es algo que hay que evitar. Contrólate en relación con las cuestiones sexuales. Es varonil el hacerlo. Es importante para tu vida, tu felicidad, tu eficiencia, y también para la humanidad toda”.

Sin embargo, y a pesar de todo, va prendiendo la concepción de una aceptación plena de la práctica durante la infancia y la adolescencia. El problema era el de la masturbación practicada por adultos signo inequívoco, se decía, de inadaptación psíquica. También de esta época es el florecimiento del concepto de “la masturbación excesiva”, que nadie definió en volumen, esto es, cuántas masturbaciones constituirían exceso.

d) Aceptación lisa y llana: Con el informe Kinsey y, más adelante, con los trabajos de Masters y Johnson y otros sexólogos, los criterios prevalecientes son los de que la masturbación no es dañina y es comportamiento que debe verse con indiferencia.

El filósofo Bertrand Russell señalaba en una de sus cartas:

“Por lo que concierne a la masturbación, casi todo el mundo la ha practicado en la adolescencia. La teoría de que es inicua o nociva es un cruel invento de los viejos empeñados en preservar la sumisión de los jóvenes. Sus sentimientos de culpa no se justifican, porque la masturbación no le hace daño a nadie”.

e) Las posiciones de estímulo: Artículos del tenor de “Mastúrbese Ud.” marcan la tónica de la no represión hacia la práctica en las últimas décadas. Desde los 70s hasta hoy muchas mentes han cambiado, incluyendo los medios masivos de comunicación. Por lo mismo, el hombre in formado de nuestros días puede enfrentar al mundo con una sonrisa, en lo que a masturbación respecta.

Un autor, Denegri, reseña en un trabajo la “virtud curativa” del comportamiento, enumerando algunas de sus bondades. Con apoyo de Bloch y Ellis -sexólogos históricos- apunta que la masturbación es sedativa, analgésica, excelente medio para tratar la frigidez y la eyaculación precoz, práctica que prepara a hombres y mujeres para el coito y con efectos orgásmicos a menudos más intensos que en la actividad coital.

Un libro de autor anónimo, “El Hombre Sensual”, destaca otras ventajas:

“1.- Termina en el orgasmo… 2.- Es una liberación física y emotiva; un medio de aliviar la tensión. 3.- Está al alcance de todos… Es el acto sexual más democrático e igualador. 4.- Es privada. 5.- No requiere de compañía. 6.- Se lleva a cabo con facilidad… 7.- Es breve. 8.- No hay presiones para “esmerarse”. 9.- Casi siempre puede recurrirse a ella y requiere sólo de un cierto grado de aislamiento. 10.- Carece de complicaciones… 11.- No acarrea consecuencias dolorosas ni calamidades”.

Últimamente, desde que el SIDA ha irrumpido en los escenarios del sexo, nuevas bondades se le atribuyen, entre ellas la de mantener a los individuos lejos de los peligros de la promiscuidad.

No obstante, si se escarba sólo un poco, el tabú antimasturbatorio está presente. La iglesia católica mantiene un criterio negativo hacia la práctica, considerando que es un acto atentatorio contra la finalidad reproductora que es propia de la sexualidad. Por su parte, los especialistas de la medicina no se ponen de acuerdo: para unos es normal, para otros “normal hasta cierta edad”, para otros “normal siempre que no sea excesiva”, en fin. Y, lo mismo los libros y las revistas.

Por cierto, en este océano de confusiones, la única víctima es el hombre de la calle, viviendo y sufriendo entre el “sí” a medias, o el “no” irracional, con culpa si llega por ganas o por necesidad a los deleites del placer solitario.

Al respecto, nuestra opinión es clara:

La masturbación es un hecho normal del erotismo humano, sin reservas y sin condiciones.


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