El beso en los labios, está hoy en el ojo del ciclón, dividiendo el pensamiento médico.

Hasta no hace mucho se daba por descontado que esta antiquísima costumbre provocaba más perjuicios que ventajas, a no ser las erotogénicas y afectivas. Se afirmaba, y no sin justificaciones, que la práctica era una mala costumbre nuestra, ya que otras culturas las desconocían. Recordaban, por ejemplo, que el equivalente entre los esquimales era el frotamiento de narices y, entre los chinos, el de los pies, por mencionar algunos.

Entre las muchas acusaciones que el beso ha recibido está la de transmitir fatal y decisivamente las caries dentales, amén de múltiples enfermedades contagiosas. Existe, inclusive, una entidad nosológica conocida como “enfermedad del beso”: la mononucleosis, descubierta por Epstein y Bart, que tiene numerosos y muy molestos síntomas.

Los médicos advierten que por la saliva y por la sangre imperceptible que brota de las encías o de roturas del labio, que son absorbidas por los besadores entusiastas, se transmiten fatalmente muchos males humanos. Y, desde luego, las enfermedades venéreas, incluidos el herpes y el SIDA. Por eso, beso satánico y típico de la mujer araña fue el que propinó Rock Hudson, el actor de cine, a una de las estrellas de Hollywood, cuando ya cargaba la peste de Reagan, causa de su defunción. Ese beso, que provocó razonablemente historia en la afectada, no ha tenido consecuencias hasta la fecha, pero puso en el candelero de la sospecha los ósculos boca a boca, aun entre meros conocidos.

Según reputados cardiólogos, el beso puede presentar riesgos para pacientes de coronarias, de anginas o de soplos al corazón. Esto se debe a que la práctica aumenta significativamente el ritmo cardíaco, sobre todo en personas demasiado sensibles al contacto.

Por su parte, los diabetólogos informan que con el beso se incrementan los niveles de glucosa y se abren nuevas posibilidades de contagio para los enfermos, ya muy vulnerables de salud por el proceso diabético. Una especialista francesa ha llegado inclusive a una fórmula matemática, sentencia que: “Un beso acorta la vida humana en tres minutos exactos”.

También el beso ha generado paranoias profundas, que como es sabido constituyen cuadros psiquiátricos de gravedad, en los vigilantes de la moral occidental. En el régimen de Onganía, uno de los generalotes argentinos que a mediados de los sesenta inauguró una epidemia de golpes de Estado en América Latina, se prohibió el beso prolongado, de boca a boca, “más que de amigos”, en lugares públicos, calles o plazas, enviándose a los transgresores a los cuarteles de policía con el cargo de “ofensas a la moral de la República”.

Sin ir tan lejos, padres y profesores de todo el mundo se han preocupado tradicionalmente de que las expansiones efusivas de sus hijos y educandos adolescentes excluyan los besos demasiado efusivos. Por años, y para muchos, el beso con lengua ha sido un símbolo de conducta libertina, desordenada o lasciva.

El placer del beso ¿Es sano besar? ¿Qué virtudes conlleva?

Se ha dicho, y no sin argumentos, que los que se besan inician el conteo regresivo para actividades más íntimas. De ese modo, el beso sería el primer paso de una cadena fatal: besos tiernos, besos más largos, besos con lengua, caricias tiernas, caricias audaces, caricias urgentes, desnudamientos, coito.

El cine, divulgador del beso por antonomasia, sufrió en sus orígenes la censura más violenta en torno al problema, y los códigos morales de la actividad establecieron que, entre actores y frente a las cámaras, los besos no debían ser reales sino simulados, “apoyando el besante su boca en la zona que se encuentra entre la punta de la barbilla y la comisura del labio inferior, y nunca dejando entrever la lengua”.

Hay, además, anécdotas pintorescas

Muchos respetables miembros de la comunidad capitalista criticaron en su momento el amistoso beso eslavo, también de boca a boca, cuando Nikita Kruschev lo empezó a practicar en los Estados Unidos, durante un célebre viaje donde se sacó el zapato.

Sin embargo, la revolución sexual trajo otro tipo de reflexiones, las mismas que en los años cuarenta había sintetizado en México la popular Consuelo Velasquez en su bolero ‘Bésame mucho’. Así los hippies. con su política de amor y paz, dieron al beso en los labios el contenido de un pasaporte de amistad y compañerismo, y los movimientos libertadores subsecuentes lo mantuvieron como bandera. Inclusive el cine rompió sus ataduras atávicas y todas sus luminarias, grandes y pequeñas, enseñaron novísimas técnicas – con lengua, dientes y saliva- a ávidos y receptivos públicos de toda la tierra.

De los setenta es la creación de academias para aprender a besar, cuyo pionero fue el napolitano Iván Padovano que, en unas cuantas sesiones, dejaba a sus alumnos listos para enfrentar el complejo mundo de las relaciones personales.

De esa misma época son también las revalorizaciones de la medicina que, de manera tímida primero y luego con mayor audacia, comenzaron a asignar al beso beneficios que ni siquiera han soñado sus millones de practicantes.

El último avance es de esta década, cuando se llega a una decisión entre los analistas. La síntesis se resume en el apotegma “besar es sano”.

Esto implica muchas cuestiones trascendentes. Según los más extremistas, el beso acarrearía las siguientes opciones benéficas:

    • Rejuvenecimiento
    • Generación de anticuerpos
    • Traspaso efectivo de hormonas
    • Regulación del ritmo cardíaco
    • Equilibrio psicosomático

Médicos europeos y sudamericanos han sostenido la tesis de que el beso rejuvenece porque constituye una actividad técnica que, además de alegrar el espíritu, representa un incremento real de la capacidad de inmunización del organismo. “Puede ser cierto, ha dicho alguien, que el ósculo involucra la cesión involuntaria de bacterias, pero con ella va también un intercambio de flora antibacterial, lo que neutraliza toda posibilidad de contagio. Más peligroso que el beso es recibir un alimento expendido en la calle u hojear algún libro en una librería, untando el dedo con saliva para pasar de una página a otra. En esos casos, los peligros de contagios bacterianos son definitivamente mayores”.

El placer del beso ¿Es sano besar? ¿Qué virtudes conlleva?

Yéndose más al extremo, un eminente médico peruano, Hildebrando Salazar, ha afirmado recientemente que el beso es un perfecto generador de anticuerpos, y por lo mismo, posee incuestionable fuerza antiviral, base para la prolongación de la vida. A ella debe agregarse la transferencia de hormonas que un beso lleva consigo. “Todo contacto bucal más o menos prolongado -dijo Calder Williams, de la Universidad de Berkeley- supone intercambios hormonales, por ósmosis, particularmente de estrógenos y testosterona, y esto es muy favorable para el equilibrio orgánico”.

Enfrentando a los cardiólogos profesionales, se enarbola la tesis de que el beso es un eficiente regulador del ritmo cardíaco. F. Arzat, un investigador sudamericano, ha señalado que “resulta absurdo considerar que las alteraciones cardíacas producidas por el beso sean de riesgo. No lo son las del coito donde sí efectivamente se duplican las pulsaciones, menos lo pueden ser alteraciones que, a nivel general, son mínimas. Asegurar esto supone llevar las paranoias del peligro a todo acto en que participen las emociones humanas en algún grado”.

Se sostiene, por el contrario, que la alegría del beso fortalece la resistencia cardíaca e implica una estimulación favorable, sobre todo para aquellos que padecen algunos trastornos. El incremento del tono cardíaco tendría su equivalente en los ejercicios que se recomiendan a los pacientes del corazón. Con una desventaja: que si lo tomamos como ejercicio o disciplina, a lo largo pierde su chiste.

La polémica se diluye cuando se aborda el asunto del equilibrio psicosomático. Nadie discute que el beso tiene la virtud mágica de poner a los individuos en una excepcional actitud de receptores de placer.


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