Todos podemos ser mejores en la cama

Para lograrlo, un poco de técnica nunca está de más. En esta sección vienen algunos tips.

Tu puedes crear zonas erógenas

Roberto N. parecía realmente confundido. “Es increíble, pero fue como un descubrimiento. Nunca pensé que mi pantorrilla encerrara tanta potencialidad erótica”. Para él, que venía padeciendo un cuadro bastante agudo de ansiedad, con una secuela de impotencia esporádica, el “descubrimiento” a que hacía referencia resultaba absolutamente impresionante.

En síntesis, la situación se resumía en lo siguiente: En la víspera, había conseguido que una de las secretarias de la oficina en que trabajaba lo acompañara al bar de un hotel cercano. Después de unas copas, decidieron completar la jornada en el departamento de Roberto, un ático de soltero. Allí siguieron bebiendo. Por último, y a pesar de la reticencia de él, fueron a la cama.

“Al principio fue una verdadera pesadilla: simplemente no había erección. Ni siquiera con lo oral, actividad en la que ella era sensacional”, cuenta Roberto. Por suerte para él, la muchacha le restó importancia a la situación. En un momento le dijo: “Tranquilo, relájate” y, “casi como una geisha”, empezó a acariciarlo “con método”.Creando zonas erógenas. Técnicas sexuales

Según Roberto, todo se desarrollaba a la manera de un manual de sexología: la chica intentó las orejas, los labios, la lengua, el cuello, las tetillas, los genitales la parte superior de los muslos y, en general, aquellos puntos que tradicionalmente han sido denominados “zonas erógenas”. Lo instó a continuación a experiencias de erotismo visual y táctil en su cuerpo. Y nada. A renglón seguido le propuso el masaje mutuo, ejercicio al que él se prestó con “cierta indiferencia”. Tampoco sucedió nada, salvo quizás que él empezó a sentirse relajado. Luego, ella hizo que él se pusiera boca abajo. A horcajadas sobre la cama, puso en marcha una nueva etapa: la nuca, la exploración de la columna, la parte posterior de los muslos e, inclusive, “lo inusitado”, la introducción de los dedos en su cavidad rectal.

Repentinamente, Roberto sintió que ella se inclinaba sobre su cuerpo y oprimía con sus labios una de sus pantorrillas. “Fue extraordinario, recuerda, fue como si hubiera oprimido el ‘switch del sexo’, porque me convertí del guiñapo que era, en algo así como Supermán.

Roberto puede ser un caso clínico. No obstante, hoy, ahora mismo, millones de parejas en todo el mundo están haciendo el descubrimiento permanente de zonas erógenas insólitas. Insólitas en relación a lo que la información tradicional había preestablecido como tales (por lo menos en lo que respecta a la respuesta a estímulos físicos): áreas corporales, mucosas o que, por poseer un mayor número de terminaciones nerviosas, “coadyuvan a desatar el impulso erótico”. Insólitas, también, en lo que los individuos creían conocer acerca de sus propias reacciones.

Amas de casa en el asombro de inesperados orgasmos múltiples, experimentadas prostitutas, playboys internacionales, severos señores viviendo la gran aventura extraconyugal, parejas hartas de una rutina agobiante, “descubren”, de repente, como Roberto, que en su cuerpo existen “switches” que, con mínima provocación, tienen la capacidad de llevarlos al séptimo cielo, y que no son los que ellos suponían.

Estos “switches” son zonas eróticas que, como guerrilleros clandestinos, están ahí, ocultas en la frondosa selva de las sensaciones, listas para expresarse en ataques relámpagos.

Hasta hace muy poco las personas que buscaban apoyo sexo-logístico en libros de reputadas autoridades en la materia, se encontraban casi sin excepción con un capítulo que enumeraba, con detalle y profusión las zonas eróticas, “zonas corporales muy sensibles a la caricia y que predisponen al cuerpo para la expresión de su sexualidad”, como dice el célebre López Ibor y que según él son las “que deben recibir las caricias del cónyuge (sic) y sobre ellas hay que incidir en los preliminares del coito”. La lista incluye: en la mujer las orejas, las mejillas, la boca, el cuello, los hombros, el busto, la cintura, el vientre, la cadera, los muslos, los genitales y las piernas; en los varones principalmente los genitales y la boca.

En tiempos recientes ha cobrado gran interés la controversia sobre el Punto G -el punto de Grafenberg- área erótica de alta respuesta que sería responsable directa de la capacidad multiorgásmica y, aún de una “eyaculación femenina”, que mostrarían ciertas mujeres. Esta área estaría localizada en la pared anterior de la vagina, a unos cinco centímetros de la abertura.

He ahí, entonces, otra zona erótica para añadir a las listas tradicionales. Pero, ¿es esto cierto? Sí y no. Y más bien no que sí. Porque, por una parte, encuestas e investigaciones realizadas en los últimos años demuestran que es tal la variedad de “switches” sexuales que posee el cuerpo humano que, definitivamente, debe considerarse que “toda la extensión de la piel es zona erógena”, o sea, que todo el cuerpo entra en la clasificación. Por la otra, y resulta obvio, debe suponerse que, con diligencia, la gente puede crear nuevas zonas erógenas o, lo que es más propio, despertar sus zonas eróticas potenciales o dormidas.

Creando zonas erógenas. Técnicas sexuales

Lo dicho nos lleva a una conclusión: hay que empezar a crear o despertar nuestras zonas eróticas, ¡ahora! Ello repercutirá en ventajas directas e inmediatas para nuestra vida sexual que, como resultado de los esfuerzos que despleguemos, mejorará significativamente.

La tarea exige, en primer lugar, plena disposición mental para lograr eficaces resultados. Ya sabemos que el motor de nuestras reacciones erógenas es el cerebro y, por lo tanto, nuestras convicciones sobre el punto son muy importantes.

A continuación, y con la pareja que usted prefiera, en un ambiente grato y confortable, inicie sus experimentaciones.

Y, desnudos ambos, relájense y vivan esta aventura de descubrimientos.

Será necesario que, en el comienzo, determinen con exactitud cuáles son las zonas que responden prontamente a los estímulos y a las caricias, es decir, los “territorios liberados” de nuestra piel, aquellos que por acondicionamientos tempranos y por costumbre responden de inmediato.

Es posible que no sean muchos. Sin embargo, no se desilusionen. “Acariciar es un arte”

Prosigan, luego, con las zonas que los manuales indican y analicen sus reacciones. Es fundamental, a estas alturas, que no se conformen con las primeras reacciones o insensibilidades. Acariciar es un arte como el de los masajistas: implica rozar suavemente, palpar, aplastar, refregar, pellizcar, etc., en tiempos y grados diversos. Las zonas eróticas son caprichosas y responden a estímulos específicos provenientes de las manos, de la boca, la lengua o del contacto, ligero o acentuado, con la piel del otro.

Para su sorpresa, descubrirán más temprano que tarde que han “movido” los “switches” correctos.

Estos ejercicios, que deben ser diarios, son también de acondicionamiento. Por lo tanto, descubierto el “switch” no lo abandonen. La receta es “amaestrarlo” o, como se dice, “apapacharlo” para que responda en toda circunstancia.

Después, vendrá una parte que es básica: crear o despertar las demás zonas eróticas que hay en su cuerpo. No escatime paciencia para conseguirlo.

Con la misma técnica, y a la manera de un explorador de continentes perdidos, vaya centímetro a centímetro de la piel de su pareja.

Lo que encontrará serán tesoros incalculables de reacciones.

Y no olvide que, en sus exploraciones, la concentración es decisiva y que, en ella, deben participar todos sus sentidos: la vista, el tacto, el olfato, el oído y el gusto. Y es necesario que estén alertas y dispuestos.

Recuerde que los ojos le mostrarán las imágenes más agradables; las manos, la boca, la lengua y la vasta geografía de su piel, al unirse a la otra, generarán la incontrolable chispa de la reacción; los aromas y perfumes serán otro factor desencadenante, al igual que lo sonidos y los sabores que usted perciba.

“La fiesta ha comenzado. Una fiesta caliente”


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